jueves, 5 de noviembre de 2015

¿Por qué tantos halagos?

Cuando era chico veía unos dibujos animados japoneses que se llamaban Los Supercampeones.

Y qué pasa si te halago. Si te cuento que me derrito como la manteca cuando cae al Wok y se mezcla con los fideos. Si te digo sin ningún miedo a parecer un depravado que me ato las manos mientras los deseos hacen de las suyas.

La vieja me llamaba. Vení Julio, dejá esas bobadas y ponete a repasar. Era un alumno menos que regular. Mi madre, la pobre, una maestra jardinera de la camada piagetista que nació junto a la fiebre de la psicología educacional.

Es malo a caso que de todas las personas conocidas, escoja mirarte y que quiera tomar el pulso de tu cuerpo. Averiguar si los orgasmos te ahogan o te aumentan la presión sanguínea en un grito incontenible.

Pero yo seguía hipnotizado con la pelota esa que pateaba Oliver Atom y se ovalaba durante largos tramos hasta reventar un poste de un arco, en canchas interminables y con alturas desproporcionadas. ¡Ah! Y el malnacido de Steve Hyuga. Chiquillo agresivo y sobrestimado que representaba a todos mis enemigos en un solo nombre. S-T-E-V-E.

Que se me ocurra abrir la mano izquierda con los tendones de los dedos estirados al máximo de su potencia y meterla abajo de tu pollera hasta averiguar de qué se trata el mundo y sus tabúes.

Mi vieja, para ser justos, no era piagetista: era un desastre. Podría haber apagado aquel televisor y llevarme el cuaderno ante los ojos y zamarreare con la pregunta de rigor, la que se le hace a los niños caprichosos, a todos, sin excepciones de ningún calibre: ¿Hasta cuándo? Pero no, me dejaba embobado, señalado con una dulzura poco persuasiva por la tarea incompleta. Y yo embobado, apretando los dientes, corriendo y a veces hasta pateando el aire, como acompañando cada uno de los fotogramas de la serie.

O no, no. Por ahí ésto que se me ocurre ahora es mucho mejor. Escribirte una poesía mal hecha, que no respete ni la métrica, ni las formas. Que hable del salvajismo y de las humedades que tienen en el interior nuestros penes y vaginas. O una poesía corta. De amor. También mal escrita, que es lo mejor que puedo hacer. Una poesía que hable del amor sin rodeos. Que diga las mentiras que las otras poesías no dicen. Que diga lo fantástico y certero que es el amor. Que mienta. Algo. Algo.

La vieja. Después de todo ella me decía lo siguiente: estás perdiendo un gran potencial. Porque sos eso sabés: un gran potencial. Eso me decía.

O Scioli

Tenemos dos opciones mi querida. Carlos y Néstor, mi querida. Hoy es el 27 de abril del año 2003, domingo. Mi querida: dos opciones. No hay opción por fuera del binomio pejotista.

Carlos y Juán Carlos Romero, vice por la 133; o la 135: Néstor y Daniel Osvaldo Scioli, vice.

Vos vas a votar a Néstor y yo, descaradamente, como un cínico que se ríe de la herida que le duele, me voy a quedar mirando el sol aquí arriba.

Acá arriba hay una cama destendida en la que vos me dijiste que no, que no era correcto lo que hacía. En esta cama destendida nos dijimos o Néstor o nadie.

Y yo, un cínico autodiagnosticado, cambié algunas letras.

O Néstor o nada.

Hoy es 27 de abril del año 2003 y son las 23 hs. del día domingo. Volvimos a destender esto que ubicamos en la habitación de arriba y que hemos llamado cama. Los resultados: Carlos 24.45%. Y los perdedores se ordenan así: Néstor 22.24%; Ricardo López Murphy 16.37%; Adolfo Rodríguez Saá 14.11%; Elisa Carrió 14.05%.

Vos, un poco más que yo, pero los dos, nos vemos desahuciados, mucho antes que los Indignados de las crisis españolas del futuro próximo.

Todos tenemos opciones en la vida. Y yo elegí quedarme mirando el sol hasta tanto las cosas se hubieran resuelto, esperando de todos modos el peor de los resultados.

Y vos elegiste al perdedor. Al genuino perdedor. Nadie anunció fraude ni se tiró un solo pedo al micrófono.

Acababan de ocurrir las memorables --seguramente memorables-- elecciones presidenciales del 2003 y Carlos acababa de obtener un triunfo de cuatro millones setecientos mil votos. Mucha gente.

Y vos no lo votaste. Y yo no lo voté. Y yo no voté a nadie. Y vos perdiste esa elección. Y esa noche estabas, lo recuerdo bien, enojada conmigo. Y ambos nos echamos la culpa de todo.

Y qué habrá hecho Mariano ese día. Y Julio. Qué habrá hecho Julio ese día, el día que perdió Néstor, que era más terrible votar a Carlos.

Hijo XVII

Madre,

No tienes que preocuparte por mí. La represión es un lobo manso viendo a las ovejas acorraladas y luego trituradas por la picadora. Es cuando la máquina falla que el lobo aprovecha la supervivencia de las ovejas. Y come.

Es verdad que me amenazaron y que podrían, si quisieran, cumplir sus amenazas. Pero esto no es un cruce de las mafias, o la tonta idea de un oficial desatado por el plato de merca que acaba de engullir con su ancha nariz. Esto es política. No seamos nosotros los que neguemos el ordenado rol del lobo ordenado (valga la redundancia).

Voy a organizar una Marcha para verla. Ojalá viviéramos más cerca. Es que Eva es a mi vida lo que tu naranjo al jardín. Lo siembras y justo cuando parece que va a dar naranjos, los bichos te dejan con las ganas, o directamente ni crece y se queda así, como un espejismo de la conciencia. Es una utopía.

La Marcha contará con la adhesión de la compañerada.

(Eva me dice <<compa>> y yo recogería esa última a con un sorbido de sus labios, la pondría en mi boca, adentro mío, y pensaría con ella, tomándola de la mano, qué es entonces un compañero).

Y la Marcha partirá de Ushuaia. Nadie se cansaría, a pesar de que vaya a Capital, a la Quiaca, o al México DF. En el largo camino todos cantarán canciones y tal vez alguno me acerque una rima graciosa, un versito glorioso, quizás si ella se cruza, para reclamar un beso.

El beso va a empezar así: yo voy a cerrar los ojos ante el temor de quedar encandilado con los suyos y voy a estirar la punta de mis dedos por su abdomen hasta ubicar la punta de los de ella y los voy a recorrer con los dedos hasta que las palmas se junten y las manos queden agarradas como las bocas de acá arriba que se meten una adentro de la otra mientras se abren y alcanzan a sentir el tibio aire compartido y las dos al mismo tiempo y la suavidad de las carnes de las bocas y allá abajo mientras tanto la rugosidad de las huellas dactilares y de nuevo por acá arriba la humedad de las lenguas con sus porosidades y la geometría de los labios abiertos que se acomodan como los bloques de un juego de tétris para quedar lo más unidos posibles y soltando palabras mudas que se escuchan con el estómago y se conectan por las venas en las cabezas o los genitales y finalmente no temeré abrir los ojos y de ser posible quemarme junto al calor de su sol interior.

O tal vez la marcha se desvíe y vaya hacia Río Negro. Porque podemos acordar con Eva que la marcha ya fue suficiente. Lo pongamos de este modo: ella se entera por alguna frecuencia de AM y me envía un whatsapp diciendo que está bien, que muy bien por la movida y que me espera adonde nace el Río Limay. Y por ahí, lo que sí podemos hacer, es seguir juntos, ella y yo, por el curso del Río.

Ves mamá. No todas las Marchas son de interés para el lobo y su dueño.

La Marcha por verte, que es como habrá de llamarse, será mi invención desesperada. Lo hablamos hace unos días, te acuerdas madre. La imaginación tiene como límite el deseo y viceversa. Cuando uno se hace más fuerte que el otro estamos en problemas.

¿Y vos mamá? ¿Cuál es la urgencia de tu corazón?

Con afecto, tu hijo el de rulos.

Un cortado chico XXIII

Todos los jueves
a las 11 de la mañana
una alarma me avisa
que a las 12 es la psicóloga
a la que no visito
religiosamente hace un año.

martes, 20 de octubre de 2015

Segunda vuelta

Siguen desnudos y tirados en la cama de ella. Ahora es Eva la que comienza todo. 

Habían hablado del domingo: qué sentido tendría para los votantes el acto de poner un papel en un sobre, todavía lleno de promesas y todo, para que finalmente las cosas sucedieran como siempre: que ganara el mejor postor, el que hubiera prometido los favores más gordos a los importadores de carne, de granos, de droga, de mujeres, de trabajo explotado. Y ella se había callado mientras Julio Resoco jugaba con su miembro que seguía soso, aquietado y descansando (le daba tincazos en los costados y lo levantaba, dejándolo caer luego a la misma posición inicial).

Primero lo mira y le besa en el cachete. Apoya los labios por un rato y recién después los quita. Pone la pierna encima de la izquierda de Julio y acerca su desnudez a la gamba. Se frota. Apenas, se frota. Y Julio Resoco empieza a sentir el calor en la pierna y ese calor viene del hueco que con serenidad se está refregando en su piel. Siente movimientos cortos, un compás de cuatro tiempos, que en el primero se desliza hacia arriba, el segundo hasta abajo unos cinco centímetros y allí, en el tercer compás, el hueco se aprieta contra el músculo que, a propósito, Julio Resoco contrae para que se ponga firme. El cuarto movimiento consiste en ceder la presión en la pierna, subir dos centímetros y repetir el apretón; otra vez el músculo firme, otra vez los ojos apretados de Julio, que disfruta esa secuencia con una intensidad manifiesta. Se le ve en el cuerpo: sus labios se muerden, sus manos buscan sitios adonde tocar, y cuando toca lo hace primero con suavidad y luego con fuerza, como acompañando la contracción de los músculos, y abre los ojos para ver la cara que pone Eva cuando le encuentra los pezones. Su miembro ahora gana color y altura, se ven sus venas y desde acá abajo se escucha el bombeo de sangre que viene del corazón hacia todo el cuerpo, de arriba para abajo, como marcándole al organismo que llegó el momento de correr una carrera. Y en alguno de esos momentos, con un solo movimiento, Eva se acomoda por arriba de Julio Resoco, lo besa, y mientras lo mira fijo ubica algo por abajo, en su lugar, y se sienta, y nunca deja de mirarlo.

Los chicos siguen.

El retomará el tema: es probable que la única sorpresa de la tarde o la madrugada, o sea, cuando ya nos hayan burlado otra vez con conteos, proyecciones, y ese tipo de bobadas; es probable que la única sorpresa sea un Scioli sin los votos que necesita para quedarse con la torta en la primera vuelta. Y le va a decir también que, ganando el gobierno y todo, el poder evidente que tiene la oposición actual, con claras posibilidades de poner a Macri como el próximo presidente, es la señal más firme de que se vienen tiempos agitados, tanto o más que los de ellos en la cama de ella. Y se va a despanzurrar de la risa cuando Eva se queje de la comparación. Entonces le va a decir, entre otras cosas, que la invita a cocinar unas papas con cáscara hervidas y luego gratinadas al horno con queso y crema. Total --le dirá-- ya veremos qué nos hacemos para la segunda vuelta. Y se va a reír.

lunes, 19 de octubre de 2015

Había una vez

Una vez conocí a un hombre que sentó en el patio a la mujer con la que vivió, mientras adentro de la casa los pisos estaban recién limpiados, y le dijo que no podía elegirla. Anaclara era la mujer y estaba ahogada en su propio llanto.

El hombre viajó al Sur y se dedicó durante un tiempo a aprender los nombres de los árboles del bosque, de los ríos del lugar, de lagos interminables que jamás hubiera imaginado y de varios grupos de jóvenes que llegaban desde Córdoba a trabajar con él. Y se aprendió el nombre de otra mujer. Se aprendió, junto con el nombre, el hedor de las relaciones que nacen para fracasar. Y sufrió igual que había visto sufrir a Anaclara.

Este mismo hombre, que volvió del Sur, no puede siquiera silbar el nombre de la otra mujer. Tampoco quiere recordar el modo en que esta mujer se quitaba la ropa, la humedad de esos genitales, o cuando se le agotaba la respiración encima de él.

Anaclara, que le había pedido: se quedara, no fuera al Sur, le hiciera un hijo, suele volver repentina y con cariz tierno a su memoria.

Una vez conocí a un hombre huérfano.

Este hombre supo jugar con las oportunidades que el amor tiene para los hombres modernos. Jugó mal, dice el hombre, pero que volvería a jugar; no con el amor, que poco tiene de gracioso. Volvería a jugarse, dice el hombre, por lo que cree justo.

El hombre que conocí conoció otros hombres, otras mujeres, y se dijo a sí mismo que el amor era una porquería. ¡Bah!

Puras mentiras. El hombre que conocí conoció el amor. Le puso nombres. Conoció el ocaso de esos nombres. Y volvió a ponerle nuevos nombres.

Este hombre dice casi susurrando que el amor es un quilombo difícil. Dice que quiere tomarse unas cervezas con la piba ésta, la Eva, así dice que se llama, y hablar entre otras cosas de la sociedad que tiene al amor como un objeto de culto. Decir que lo devalúan o lo revalorizan según convenga. Y que ahí andan los tipos y las tipas, tirando de la cuerda hasta que se corta, experimentando cuál es la fórmula, en la magnífica aventura de vivir.

Escuchar, quiere el hombre. ¿Qué tiene para decir del amor la piba; esta piba?

Un cortado chico XXII

Eva se llama/
Viene con una manzana
infalible.

Infalible/
Viene con una mirada
amanzanada.

Reconciliación III

No escribía sobre nada. Sobre nadie. Pero le llegaba una pequeña imagen del personaje que inventaba a solas. A expensas de nadie.

Miraba la foto que le mandaron al celular. Sabía que la foto era lejana.

Hay una mujer sentada, menuda, política. Mujer. Y esa mujer tiene sutilmente pintadas las pestañas. Sonríe de lado, empezando el gesto por el costado izquierdo. Y lleva en una oreja su propia clave de sol.

Menuda, de hombros anchos y cintura pequeña, pelo hacia el costado y largo; sano. Ahí empieza el mundo de la imaginación. En ese sitio lejano, que ya no existe más allá de la foto. La sombra de ella, la luz que viene de arriba y se apoya en su nariz. Lo que pensaría. Sus fantasías y lo que esas manos tocaron o tocarán. La rodilla, por ejemplo. Y esa imaginación es de él.

No es nada. No es nadie.

Sonará la música en los oídos. Cantará ella. Tocará ella su instrumento. Pedirá ella su La y empezará a sonar, ya sin ella.

¿Y eso es la música, cierto?

Julio escribía esto: Me gusta la música que llega de la foto, me hace sentir bien. Escuchar la música de la foto, que parece compuesta por la mujer. La mujer. Por ella vale la pena encontrarse y volverse a perder y otra vez empezar. Por la música que compone. Y, sinceramente, pienso que eso es la música. Ya lo sé, no estoy siendo auténtico. No descubro nada, ni opino algo nuevo. Hablo de lugares comunes. Del amor, de alguna zoncera sin importancia, del placer, de haber encontrado algo lindo entre tanta música monótona. Sencillamente, pienso que eso es la música, cierto.

¿Se arrodilla? ¿Reza? Parece que está esperando milagros. Escribe eso, que espera algunos milagros. Y los describe con torpeza.

Es aburrido leerlo.

Escuela rural I

Martes 24 de noviembre. Llegó de Capital y la fui a buscar a eso de las 8. Había dormido durante todo el viaje en micro. Tiene puesta una fresca solera a lunares y lleva pocas cosas en una mochila corriente. Sube al Gol y deja caer su cuerpo al asiento. Me besa. Me besa otra vez. Se ríe.

El beso. Los besos siempre son iguales. Hay tres grandes tipos: besos de salutación, besos de reconciliación y besos de construcción. Los últimos son los más delicados. Los besos de salutación dependen siempre de la ocasión. Cuando son de despedida y, por ejemplo, la despedida es entre novios, son besos largos, uno atrás del otro, con palabras entre medio que se meten en las bocas y nunca se sabe quién las pronuncia. Los de bienvenida, en cambio, son cortos. Como el hola. Siempre preparan lo que sigue. Cuando la bienvenida es entre amigos son ruidosos, se dan con los labios bien apoyados en alguno de los cachetes, y por un rato queda un cosquilleo en la mejilla. Cuando son besos de reconciliación suelen venir acompañados de lágrimas y abrazos. La gente se mira. Se vuelve a encontrar en medio del beso y sabe que está besando por una razón noble. Generalmente son besos importantes, muy recordables. La gente los espera durante las peleas y las discusiones. Son besos que a veces nunca llegan.

Los besos de construcción o edificantes son difíciles de usar. Son los besos que se usan durante las relaciones, ya sea de amistad, de sexo, de noviazgo, de paternidad. Deben ser dados con especial cuidado y por lo general parecen menos importantes. Sin embargo, son los besos que van marcando los rumbos. Uno hace el esfuerzo por identificarlos, recordarlos, y no aparece uno que sea trascendental. Pero al cabo de unos segundos empieza a reconocerlos y a constatar el valor que tuvieron. Son besos consensuados. Es decir, si al besador o al besado le gustan los besos secos serán picos tímidos o besos de cachete en cachete. Si en cambio son besadores intensos serán húmedos, con las bocas abiertas y los labios hincados con los dientes, junto a las manos que se moverán por el cuerpo. No importa que se trate de besos entre amigos, también serán con frotaciones y labios humectados; apretones y cachetes rojos. Estos besos van dibujando un mapa que en cualquier momento puede terminar. Llegar al final y listo, cambian de inmediato y se vuelven besos de salutación o reconciliación. Son tan importantes como impredecibles.

2015. 24 de noviembre. 8:00 hs. Me besó después de subir al auto y tomamos por Bv. Ilia, Bv. San Juán, hasta Av. Vélez Sársfield. Por allí hasta la RN36. 110 Km/H y un poco más. 120, 130. Hasta el cruce que va a Parque Calmayo, pasando San Agustín.

Abrimos la casa y salió un olor a guardado que rápidamente limpiamos con las ventanas abiertas y el aire cruzado. Nos sentamos y durante un tiempo no dijimos nada. No hicimos nada. En las sillas rojas y de tapizado viejo pero cuidado solo nos dimos la mano y nos miramos.

Yo preparé mates mientras ella salió a mirar la montaña, oler el arroyo, el verde del monte. El sol estuvo ahí y fue testigo del momento en que decidió entrar de nuevo y por un rato cerrar las puertas. Vio también cuando salimos los dos, en silencio, por el camino que lleva al río, detrás de la Hostería de Laura y Luis, con besos edificantes si los hubieron.

Seré millones

Tengo lista la tarjeta de presentación que en el reverso dice lo siguiente:

Julio Resoco @ Facebook.com
julioresoco@gmail.com
156309228
+543516309228 whatsapp

Al frente está la caricatura que Rocío hizo de mí hace algunos años. Aparezco con la cara cuadrada, los párpados casi cerrados y los ojos finos, como tajada de cuchillo en tarro, la boca roja, ancha, larga y los rulos arriba, la barba abajo. Justo donde iría el cuello están escritas las iniciales de Rocío: RMDM.

Llevo la tarjeta adonde sea que vaya. No temo a aquello que pueda no-suceder.

Puede suceder que Eva no vuelva. Pero si la cruzo, a esta Eva, ésta que no dice hablar por las mujeres o el pueblo, que solamente piensa y piensa bien, que podría decirse de izquierda; si la cruzo le meto la tarjeta en el bolsillo y me siento a esperar. Prendo el celular, me logueo, y espero.

Llegará en algún momento el mensaje: "Hola Julio. Gracias por la tarjeta. Me gusta esa carita, me hace reír, aunque es tarde y debo descansar para mañana estar con los pibitos. Nos vemos, tal vez sí, tal vez no". Y si no llega, atendé: habrá tenido sentido la espera.

La vuelta de Eva, de su mensaje, es acaso inesperable. De ninguna manera. Hay actos, eventos, que sin tener tantas explicaciones ocurren. Las religiones los aprovechan y tiran niños al piso, los levantan, dicen que han sanado. Al tiempo sanan.

Cuando haya vuelto tomaremos alguna ruta, escucharemos algún disco, llegaremos a donde hayamos previsto, nos desnudaremos.

La piel es llana y la boca suave. El cuerpo es duro. Se le escapan dos gemidos. Apenas-Dos-Gemidos. Y no sé por qué motivo, pero sigue agarrada fuerte de mis hombros. Apretando. El cuerpo es firme.

Salgo. Desnudos. Respiramos mientras las puntas de mis dedos siguen apoyadas en el pecho de ella. Sus manos, una auscultando los latidos acelerados de su corazón y otra acariciando mi entrepierna. Volviste, le digo. Se ríe y me cuenta la anécdota del tipo que le dijo algo insignificante justo cuando uno tiene que sonreír y nada más. Pero me aclara que lo mío no, no era tan insignificante. Volviste, le digo de nuevo. Me besa con su lengua.

Meto la mano en el bolsillo de la mochila y constato que la tarjeta esté en su lugar.

Hijo XVI

Querida mamá,

Te hago una pregunta: podemos hablar de Eva.

Hoy me desperté más temprano que de costumbre. Chillaba un poco la persiana en ese vaivén que hacía y sin embargo no había mucho viento, pero, suponete, cada diez minutos se movía para afuera y en otros cinco para adentro. Tenía la primera alarma seteada a las 6 am y el chillido de las bisagras sin aceite me despertó antes. El último mensaje que mandé, y el primero que leí esta mañana, fue a la Eva.

La Eva es una mujer de unos 26 años. Quizás tenga menos. Es docente pero tiene aspecto de piba joven. Viste mamá que para mí las maestras siempre tienen más edad de la que finalmente es. Pero entre los 25 y los 27 debe andar. La mirada, mamá. La mirada de Eva es cautivadora.

Tiene ese rasgo achinado en los ojos cuando se ríe. Pero cuando mira sin muecas los ojos son grandes, profundos y oscuros. No son del todo redondos y de cualquier modo uno teme perderse ahí adentro. Te decía de la mirada porque es lo que me impactó al conocerla. Miraba fijo. Como si te tuviera agarrado con los ojos y no pudieras moverte. Miraba como ve una analista. Pesando con los ojos las palabras y ubicándolas en los cajones correspondientes. En silencio, miraba. Y después que ella miraba cuando uno hablaba, decía algo que estaba pensando, algo tan filoso como su modo de ver.

Cuando la conocí estábamos charlando, ella, yo, con un tipo olvidable. Un Hostel en algún páramo norteño era el escenario y había noche, y había vino y había mesa de ping pong y había silencio en el resto del lugar y había habitaciones repletas y había estrellas y había frío y estábamos ahí los tres, agarrados los dos varones de los ojos de Eva. El tipo era operador político de Sabbatella, ese gordito fornido que manejó el gobierno en Morón y que vino de la entraña partidaria más controvertida que yo conozca: el PC argentino. Digresión aparte, el tipo éste hablaba en el afán de defender gobernantes. Y ella, la de los ojos apresadores, y yo, digamos que el preso, íbamos de acá para allá castigando los argumentos de este olvidable señor. Para ser sensatos, era yo el que castigaba cuanto más podía y ella, deslumbrante tanto como paciente, lo hacía pausada, con los labios violetas por la uva destilada, solo las veces que debía hacerlo y con precisión de cirujano. Cuando la maestra hablaba todos los demás hacíamos silencio.

Hay una cualidad de las personas que resulta más atractiva que cualquier otra: hacer callar.

El silencio, mamá, es la ofrenda más antigua y verdadera que hacemos los seres cuando nos dicen la verdad o nos hablan con inteligencia y sensatez. Te hago otra pregunta: serás capaz de imaginar a tu hijo embelesado con la maestra joven y educativa. Igual te hablo de tiempos memoriosos. Serán del año 2013 quizás. Un viaje que hice por placer.

Después busqué a Eva por las redes. La encontré en Facebook y quise retomar la noche del vino, el frío y los silencios que nos obligaba hacer cuando hablaba con justeza. La verdad mamá es que suelo anhelar un encuentro con ella. Sus historias y sus ideas, su voz tenue; ¡Es música mamá!; el rostro lindo, brillante, de una mujer que le gusta jugar, conocer, y andar descalza por el río y el pasto del campo.

Sí mamá, es lo que estás pensando.

¿Y vos? ¿Seguís enamorada de Alejandro? Las mandarinas del árbol de tu patio ya no tienen gusanos y se pueden comer con gusto, bajo el sol y pensando.

Con afecto, tu hijo el de rulos.